parroco de Dajabon y Partido
Cuando una persona insatisfecha por la violación de sus derechos se dispone a protestar públicamente con pancartas, manifestándose por las calles, quemando gomas… inmediatamente se le reprime por “alterar el orden publico”. El sistema policial secreto y público se organiza con eficacia para desmantelar ese foco de “violencia” y devolver la paz y el orden a los ciudadanos e instituciones.
Sin embargo cuando el dueño de un bar o un colmadón se instala en tu barrio, al lado de tu casa, o de la institución donde trabajas, e invade la intimidad de tu hogar y tus espacios de reunión y convivencia con una música a todo volumen hasta altas horas de la madrugada, alterando el orden publico y privado, ninguna fuerza publica o institución del estado viene a defenderte. Pareciera que la ciudad es propiedad de los dueños de los bares que actúan sin control, sin compasión y sin moral. Parece que la paz de los hogares y el trabajo de las instituciones serias no tienen dolientes en las instituciones del estado.
Cuando uno se decide a reclamar, amparado en la Ley y en el Derecho, cada institución del estado señala a la otra como la responsable directa de intervenir en el asunto. Y cuando algún policía, después de muchos ruegos, decide intervenir se acerca a los que están en los bares como quien viene a pedir un favor. No hay sanciones para los agresores que invaden todo con sus ruidos y su falta de respeto al derecho que todos tenemos de vivir en paz.
Y como si esto fuera poco, junto con la música alta del bar llegan los vehículos y ocupan la calle con sus radios encendidos y conversaciones a gritos (porque de otra manera no se puede hablar cuando la música esta alta). Los motores entran y salen con un ruido espantoso, acelerando de acuerdo a los grados de alcohol que han consumido. Y con la desfachatez que dan los tragos de más: se orinan en los parques, las calles, las galerías y los jardines de tu propia casa.
Y el ciudadano común, deshecho, trasnochado por esta violencia indetenible, arrinconado por los que se han adueñado de la ciudad, tiene que pasar ahora además por la propaganda bulliciosa de los cazadores de votos que vienen frente a tu casa a gritarte sus nombres, añadiendo desorden, ruido y violencia a la destartalada paz de las familias dajaboneras.
Yo soy sacerdote, actualmente soy párroco de la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Dajabón. Yo soy una victima de este desorden institucionalizado que lo invade todo. Por mencionar solo un ejemplo: el viernes 29 de enero el ruido de los bares del parque frente al templo y de la gente en la calle, me mantuvo despierto hasta las 4:00 a.m. del sábado 30. Ese día yo tenía compromisos a las 6:00 a.m. Durante la noche llamé 5 veces a la policía y cuando ellos intervenían suavemente, al poco rato los bares volvían a lo mismo. Yo estaba afuera en piyamas cuando el último bar cerró sus puertas. Cuando me fui a dormir se escuchaban en el parque las barrenderas que llegaban a comenzar su día de trabajo. Y esto me ha sucedido muchas veces, y le está sucediendo a miles de familias de este municipio.
¿Cuándo podremos vivir y dormir en paz sin el sobresalto provocado por los que, renunciando a todos los valores humanos y a la decencia, están dispuestos a arrasar con todo a su paso?
¿Hasta donde vamos a llegar por este camino en el que ni siquiera se respeta el derecho elemental a vivir, dormir y descansar en paz?
¿Qué fuerzas poderosas y oscuras están detrás de los bares ruidosos que se vuelven los dueños de la vida de los demás sin que nada los pueda detener?
¿De que sirve elegir autoridades y mantener instituciones que no son capaces de defender lo elemental para vivir de manera civilizada y decente?
¿De que nos sirve una nueva constitución si no tenemos los mecanismos y la voluntad política de aplicarla defendiendo los derechos de todos y todas?
¿Y ahora, quien podrá defendernos?
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